sábado, 26 de diciembre de 2015

Fiestas de Diciembre: Las Dionisias Rurales en La Conjura de Atenas (Fragmento)



 Igual que en todas las culturas, incluida evidentemente la cristiana, en la Atenas clásica también el mes de diciembre es prolífico en fiestas y celebraciones.La principal es la dedicada a Dionisios, el dios "loco", opuesto a Apolo y a su "rectitud". Estas fiestas, de marcado carácter rural, se celebraban en el demo de Pireo, el principal puerto de Atenas, y en ella participaban, además de los habitantes de la ciudad, los campesinos y agricultores que hacían ofrendas de sus productos naturales al dios. Consistían en una gran procesión, donde se bebía en gran cantidad vino sin aguar, y en la que se adoraban a enormes signos fálicos, que representaban a la anhelada fecundidad, tanto la de las tierras como la humana.

A continuación os ofrezco un fragmento de La Conjura de Atenas donde se narra la presencia de Sócrates a la celebración de las Dionisias Rurales.

 FRAGMENTO DE "LA CONJURA DE ATENAS"


De cómo acudimos todo el grupo al barrio de El Pireo para celebrar las Dionisias Rurales.

Pasé la primera década del mes de Posideon en la granja y luego regresé a Atenas junto a Mitón y Kaia para participar en la procesión de las fiestas Dionisias del Campo, tan distintas de las Dionisias de la Ciudad o Grandes Dionisias que se celebran en el mes de Elafebolion. Nuestro carro iba adornado con ristras de cebollas y ajos y cargado hasta arriba de garbanzos, lentejas, guisantes y odres de vino. Por el camino llegué a convencerme de que Mitón y Kaia eran, realmente, mi auténtica familia.
Entramos en Atenas por la puerta de de Diomea y nos dirigimos al ágora junto a las fuentes y el pórtico más cercano a la Acrópolis, donde están situados los graneros y almacenes de la ciudad. Nada me hizo presagiar que allí, en la Heliaia, en apenas cuatro meses iba a presenciar, justo en ese mismo lugar, la celebración del juicio más injusto de la historia de Atenas y que acabó con la condena a muerte de tu padre, acusado por Anito de no honrar a los dioses y de corromper a la juventud.
Pero aquél día del mes de Posideon mi mente vagaba muy lejos de problemas y de preocupaciones, pues acababa de pasar diez días en el campo y estaba totalmente dispuesto a disfrutar de las fiestas que comenzaban aquella misma tarde.
Mientras las mulas bebían de la fuente que hay en la esquina del granero, me acerqué hasta tu casa para buscar a Sócrates. Estaba allí con Fedón, Euclides y Critón, que iban muy bien pertrechados para pasar toda la noche y el día siguiente completo en El Pireo. Tu padre era el único que no había alterado sus costumbres habituales, pues en su habitual desidia por lo material ni se había preocupado de procurarse ropas idóneas para el viaje ni alimentos ni bebidas para tan alegre expedición. Como siempre, iba descalzo y con el mismo quitón de todos los días, a pesar de que estábamos en pleno invierno. Ante la insistencia de Xantipa que le repetía una y otra vez que se llevara algo más de ropa para cubrirse del frío de la madrugada, le dijo:
-Si aquí voy vestido de esta manera y voy descalzo, ¿por qué habría de vestir de forma diferente en El Pireo? ¿Acaso el puerto no es también Atenas? Pues en Atenas yo visto así, Xantipa, y no hay más que hablar.
Miré de reojo a tu madre para hacerle entender que sería imposible convencerle, como si ella no lo supiera perfectamente. Salimos a la calle, pero yo volví a entrar en tu casa con la excusa de beber un poco de agua, momento que aproveché para prometerle que cuidaría personalmente de Sócrates y asegurarle que en mi carromato llevaba yo alimentos y ropa de sobra. Apretándole fuertemente las manos, me despedí de ella y regresé con mis amigos.
Camino de la Heliaia nos encontramos con Platón y Fedro, que se unieron a nuestra comitiva. El tiempo había curado nuestras heridas y sentíamos que de nuevo volvíamos a ser un grupo de amigos cuyo lazo de unión era nuestro querido maestro Sócrates.
Como el camino para El Pireo comienza en aquella zona del ágora justo por delante de la zapatería, nos acercamos a saludar a Simón y a su hijo Nicodemo. Este, tras pedir permiso a su padre, se unió a nosotros como uno más del ya numeroso grupo. Cerca de la zapatería observé la terrorífica imagen que ofrecía la prisión, aquel lugar donde hacía muy poco tiempo habíamos pasado toda una noche y, ¡oh dioses!, donde Sócrates, tras un insufrible mes de reclusión, bebería la terrible cicuta que acabaría con su vida.
Yo acudo a estas fiestas de Dionisos desde que compré la granja y siempre en compañía de tu padre, puesto que una vez que la procesión llega a El Pireo se celebran durante todo el día y la noche numerosas representaciones teatrales, generalmente irónicas e incluso impúdicas, muy lejanas de las grandes tragedias que se representan en los teatros de Atenas durante las Dionisias de la Ciudad.
Sócrates siempre disfrutaba de las breves comedias satíricas y de los versos obscenos tan frecuentes en estas fiestas del campo y es por ello que, lejos de molestarse cuando algún poeta lo incluía como protagonista de alguna de sus comedias, él lo tomaba como un honor e incluso llegó a asegurarme alguna vez que hay gestos y frases que se le atribuyen que en realidad tenían su origen en las comedias y no al revés, y que le hacían tanta gracia que él mismo los adoptó para usarlos en su vida cotidiana.
Mitón había colocado el carro en línea con otros que iban llegando para formar el cortejo y a una señal del Arconte nos pusimos en marcha. La comitiva iba precedida por una muchacha que portaba una cesta en la que se habían guardado unas ofrendas y varios objetos sagrados. Tras ella, un carromato portaba una enorme escultura de un falo erecto apoyado sobre sus propios testículos. Dicha figura es un tributo que los habitantes de Brea, en Tracia, deben ofrecer anualmente a Atenas por su condición de colonia. Tras el gran falo se situaron muchas mujeres de los campos que rodean Atenas, gritando y moviéndose como si hubieran perdido la razón, pidiendo a Dionisos protección para las cosechas y para que el vino de aquél año fuera de los mejores que se hubiesen elaborado nunca. Tras esta evidente alusión a las Ménades caminaban varios hombres con máscaras de sátiros y silenos, incluso uno de ellos que iba completamente disfrazado intentaba imitar, con poca fortuna, a un centauro. Mujeres y hombres iban danzando al ritmo de unos tambores que varios músicos tocaban detrás de ellos, precediendo al grueso del cortejo que lo formaban decenas de carromatos que habían llegado a Atenas desde todas las granjas y campos de cultivo de sus alrededores. Todos ellos, tanto los pequeños agricultores como los poseedores de grandes extensiones de tierra, se daban cita ese día acudiendo con sus familias completas y sus esclavos.
Cerraban la procesión todos aquellos que, a pie, se dirigían a El Pireo para honrar a Dionisos, procedentes de todo el Ática.
El cortejo llevaba un ritmo muy lento, a veces desesperante. El camino tiene unos cuarenta estadios, y realizamos numerosas paradas para descansar y beber vino Entre tanto las mujeres acariciaban los testículos de piedra del falo del primer carromato y pedían fecundidad para sus campos y para ellas mismas. Casi a la hora de la comida, terminamos de recorrer el camino que lleva al puerto con la tristeza de ver derruidas las dos largas murallas que lo protegían y que garantizaban el acceso de provisiones a la ciudad en caso de asedio. Los espartanos las habían derribado hacía entonces cuatro años y en el momento de escribirte estas cartas han vuelto a ser levantadas, ahora gracias a la ayuda de los persas que fueron precisamente los que las destruyeron anteriormente hace ya ochenta años. Será cuestión de tiempo que las vuelvan a derribar… ¿Quizás los mismos persas? ¿Quizás los espartanos?… En fin, ¿quién entiende las guerras?


De nuestra llegada al El Pireo y de los ritos que allí se celebraron.

La comitiva entró en El Pireo, donde lo más sorprendente para un ateniense de la ciudad cada vez que se acerca por allí es la rectitud de sus calles y su distribución en cuadrícula en un diseño muy bien planificado. Todo lo contrario a la vieja Atenas, cuyas calles y casas fueron construyéndose sin control alguno a medida que se iban necesitando los espacios. El artífice del plano del Pireo fue Hipodamo de Mileto, que siguiendo las órdenes de Pericles, construyó una gran ciudad alrededor de los tres puertos naturales que hay en esa zona.
La comitiva se detuvo ante el templo dedicado a Teseo, justo en el inicio de las murallas. A su lado vimos el estadio, y junto a él fueron deteniéndose todos los carros y caballistas, formándose un improvisado campamento alrededor del edificio deportivo.
Tras un breve descanso partimos de nuevo, esta vez todos andando, en dirección hacia el templo de Dionisos, situado en el puerto de Cántaros, el más importante del Pireo. Allí depositaron el enorme falo en un altar especialmente decorado para ello con numerosos grabados que representaban a hombres y mujeres realizando el acto sexual en todas las posiciones y combinaciones posibles.
Un sacerdote procedió a realizar una libación en honor a Zeus y a Dionisos y tras ella dieron comienzo los actos programados para aquellos días. Toda la explanada principal del puerto se llenó de gente: unos hacían equilibrios sobre el mar, intentando andar sobre troncos de árbol impregnados de aceite; otros cantaban por las esquinas canciones satíricas y obscenas; y todos, absolutamente todos, bebían y comían sin control alguno.
Nosotros nos dirigimos hacia la casa de comidas “El Delfín”, muy próxima a los cuarteles militares del puerto de Muniquia, pues ya la conocíamos de otros años y estaba alejada del bullicio que iba invadiendo poco a poco a la ciudad portuaria. Allí tomamos buen vino y pescado y luego nos acercamos al teatro, situado en el centro del Pireo, al lado del puerto pesquero de Zea.


De cómo asistimos a una representación teatral y saludamos a Aristófanes.

Aquella tarde asistimos a una sola comedia en el teatro, pues en esas fechas oscurece muy pronto y las representaciones se programan por la mañana temprano poco después de amanecer. En estas fiestas del mes de Posideon no hay concursos que decidan qué obra es la mejor ni qué actor ha sido el más destacado. Sólo se busca la crítica y la diversión. La obra que disfrutamos contaba las desventuras de un agricultor enamorado de una Ménade y de cómo Dionisos, celoso, termina castrándolo y convirtiéndolo en mujer. Su autor era desconocido para nosotros, pero la presencia de Aristófanes en una de las gradas cercanas al escenario nos sugirió que seguramente era una obra suya pagada por algún agricultor adinerado y firmada con un nombre falso. El poeta miró hacia nosotros y nos saludó, gesto al que respondimos con cortesía. Sócrates incluso se puso de pie.
-Aún no entiendo cómo te llevas tan bien con él con lo mal que te trata en sus comedias -le dijo Critón a tu padre, molesto con la presencia de aquél a quien consideraba un enemigo.
-En el fondo no somos muy diferentes pues los dos provocamos la molestia en los que nos escuchan -le respondió riendo Sócrates-. Además, si me enfadara por lo que dice, estoy seguro de que me maltrataría aún más.
  -Es cierto, maestro -dijo Euclides-. Si te ofendieran sus comentarios eso sería una gran satisfacción para él. Además, hay que reconocer que al pueblo le gustan sus comedias y que cada año las esperan ansiosamente.
Platón, que estaba molesto con la conversación, intervino:
-Para mí es sólo un demagogo que nunca plantea claramente sus inclinaciones políticas. No sólo utiliza la libertad que le proporciona la democracia para ofender a los aristócratas, sino que se ríe también de la propia democracia y de las clases populares. Gentes de su calaña no son de fiar. Además, maestro, tú  puedes disculpar sus ofensas, incluso con la intención de no provocarle aún más, pero no puedes pedirnos a nosotros que también le perdonemos.


De cómo Sócrates comienza a sentirse viejo.


Continúa en... "La Conjura de Atenas", de José Alcedo. Editada por "Los Libros de Umsaloua" (2013). Pedidos a:    umsaloua@gmail.com






No hay comentarios:

Publicar un comentario